Reflexiones

Thursday, September 27, 2007

Cuando lo extraordinario se hace normal

Estas vacaciones he podido visitar Roma en dos semanas no consecutivas, de manera que más o menos me he hecho a la ciudad, pues no eran la primera ni la segunda vez que la visitaba. Esto ha llevado a que cada vez que salía a la calle y paseaba por las calles, tan características como singulares, de la ciudad, poco a poco empezase a verlas como normales, a dejarme llevar por la rutina de la belleza y a perderle el gusto a una ciudad tan maravillosa. Es la sensación de que por mucho arte que se tenga alrededor, nada produce la sensación primera de descubrir la Belleza, la horrible impresión de necesitar salir de los museos vaticanos, o de la capilla sixtina, de cambiar una ciudad maravillosa por un pueblo sin avance... Esta sensación que ya me ocurrió en Granada cuando viví allí: Roma se me ha hecho asquerosamente rutinaria y familiar, mientras que en un primer momento sabía ver en ella la ciudad más bonita del mundo.

Así, meditando sobre una triste sensación amarga que deja detrás de sí un caramelo que se toma a disgusto, empecé a pensar sobre la vida en sí, no sobre las cosas. ¿Nos habremos hecho tanto a la familia que no la consideramos extraordinaria? ¿Se amará poco a los padres, o no se les echará de menos, porque nos hemos acostumbrado a la belleza de un amor que es mucho más grande que cualquier amor de cantina que se pueda experimentar débilmente durante el resto de una vida?... Sin embargo ¿por qué no ocurre lo mismo con los buenos amigos? ¿por qué extrañamos tanto las buenas personas y cuando nos encontramos con alguien amable lo valoramos tantísimo? ¿Por qué se nos llena la boca hablando de un genial amigo de infancia, diciendo que como él no existen? Tal vez el mundo no sea como debe ser, tal vez tengamos la mejor familia del mundo y lo descubrimos en el cementerio poniéndole flores, tal vez no somos tan buenos amigos y lo descubrimos cuando encontramos a alguien maravilloso. Tal vez sea hora de cambiar.